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Las potencias violan el derecho internacional con total impunidad

Una oligarquía mundial de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad y sus aliados impone un nuevo orden diplomático a su servicio. Existen recursos jurídicos en caso de incumplimiento, pero son poco efectivos

Osama Bin Laden y Adolf Eichmann tenían muchos puntos en común: guiados por el fanatismo, fueron los cerebros de matanzas que marcaron la historia, el Holocausto y el 11-S. Fueron acorra-lados hasta la muerte, sin que importara mucho el valor de la ley: Estados Unidos violó la soberanía de Pakistán para acabar con su enemigo número uno, e Israel hizo lo mismo en Argentina con el responsable de la Solución Final.

Incumplir con total impunidad el derecho internacional es la especialidad de potencias que, en nombre de sus intereses políticos y económicos, se aferran a argumentos bélicos por ejemplo el de legítima defensa, presente en la Carta de Naciones Unidas y defendido por el presidente Barack Obama para no respetar tratados internacionales o los derechos humanos. Otro ejemplo reciente: según The Guardian, navíos de guerra de la OTAN desplegados para la guerra de Libia abandonaron a su suerte en el Mediterráneo a inmigrantes africanos y 61 de ellos perecieron de hambre y sed. Se violaron las normas marítimas internacionales.

Tras la desintegración de la URSS, en 1991, el mundo no se convirtió ni en unipolar, bajo el mando de EEUU, ni en multipolar. «Volvimos al viejo sistema de la oligarquía, de unas pocas potencias que se protegen, defienden sus intereses y se aseguran de que nada cambie», analiza Bertrand Badie, catedrático de Relaciones Internacionales en París y autor de La diplomatie de conni-vence (La diplomacia de connivencia; sin traducir al castellano). Consecuencia: «Esta situación genera problemas para aplicar el derecho internacional, porque las potencias, en vez de preocuparse por el bien común de la humanidad, sólo quieren defender su lógica de potencia. Esta lógica bloquea la aplicación de grandes convenciones».

Pequeña lección de derecho internacional público: no hay nada más sagrado que la soberanía de los estados, pero cuando ratifican un tratado, están obligados a cumplir sus obligaciones y el derecho interno no puede servir de excusa.

El problema es cuando hay una guerra. ¿Los tratados que defienden los derechos humanos se siguen aplicando? En principio sí; así lo estipulan las Convenciones de Ginebra y el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de 1966, cuando dice: «El derecho a la vida es inherente a la persona humana. Este derecho estará protegido por la ley. Nadie podrá ser privado de la vida arbitrariamente».

Pero en tiempos de guerra, los estados suelen olvidarse de sus obligaciones: Rusia en Chechenia, China en Tíbet, Israel en los Territorios Palestinos; en las recientes matanzas en Costa de Marfil, dividida entre dos presidentes; en las prisiones ilegales de Guantánamo y de Bagram (Afganistán)…

Y eso es otro punto en común entre Bin Laden y Eichmann: fueron perseguidos por dos potencias de la oligarquía mundial, Estados Unidos e Israel, y principales violadores del derecho internacional del planeta. Mientras Washington ni ha firmado ni ratificado grandes tratados, como el de Roma, que engendró la Corte Penal Internacional, Israel ha incumplido, desde 1968, 34 resoluciones del Consejo de Seguridad. De cerca le siguen Turquía en Chipre (24 resoluciones) y Marruecos en el Sáhara Occidental (17). Turquía es aliado de Washington y Marruecos de Francia, ambos con derecho a veto en la ONU.

Intereses políticos

Para Marta Abegón Novella, de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona, hay una «carencia en derecho internacional: no existe ninguna norma que diga claramente qué pasa con los tratados cuando hay un conflicto y los estados hacen un poco lo que quieren». El único consenso que existe es la aplicación, en todo momento, de los tratados de derechos humanos, pero «por intereses políticos o económicos, no se cumplen», lamenta la investigadora.

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ETA LA GRAN MENTIRA DE LA OLIGARQUIA ESPAÑOLA

Recuerda… Julio Anguita:  «El terrorismo está controlado por las cloacas del Estado»

Lo que hay en España no es Democracia… es Oligarquía…

Primer requisito de Democracia en España no se cumple porque la soberanía popular no existe…. eso no es Democracia.. es Oligarquía…

» Es mas controlable un pais gobernado por 5 personas…, que no por un pueblo que pueda designar candidatos y elegir a su representante , primer requisito en España no se cumple porque la soberanía popular no existe »

Estructuras para el control y dominación del mundo

Desde hace 30 años, la National Endowment for Democracy (NED) se encarga de la parte legal de las operaciones ilegales de la CIA. Sin despertar sospechas, ha venido creando una extensa red mundial de corrupción, comprando sindicatos ­tanto obreros como patronales­ así como partidos políticos de izquierda y de derecha para que defiendan los intereses de Estados Unidos en vez de los intereses de sus propios miembros. El analista internacional Thierry Meyssan describe en este trabajo la envergadura de ese dispositivo.

El nuevo orden mundial unipolar, del que nos hemos ocupado en varias de nuestras columnas, que pretende desdibujar fronteras, romper los bloques regionales, desarmar los nuevos ejes geopolíticos que han aparecido en el mundo, particularmente en la Eurasia y la reciente asociación geoestratégica que suscribió nuestro poderoso vecino, el Brasil, con Irán, Rusia y la India, y desmantelar los estados-nación, obedecen a la ostensible declinación de los Estados Unidos en los últimos años.

Pero el poder político y militar, otrora omnímodo e incuestionado del imperio sigue vigente, aunque hoy lo manejan sus corporaciones económicas, tiene mucha más antigüedad de la que uno supone. Diríase que nación ni bien las grandes potencias cancelaron la política de la guerra fría, tras el fin de la Segunda Gran Guerra.

Meyssan describe con prolijidad esa secuencia. En 2006 -dice- el Kremlin denunciaba la proliferación en Rusia de asociaciones extranjeras, algunas de las cuales parecían estar participando en un plan tendiente a desestabilizar el país, plan orquestado por la estadounidense Fundación Nacional por la Democracia (National Endowment for Democracy ­ NED). En previsión de una “revolución de color”, Vladislav Surkov elaboraba entonces una estricta reglamentación para esas organizaciones no gubernamentales (ONG). En Occidente, aquella reglamentación de orden administrativo fue descrita como un nuevo ataque del dictador Putin y de su consejero en contra de la libertad de asociación. Otros estados que también siguieron una política similar han sido igualmente calificados por la prensa internacional como dictaduras.

El gobierno de Estados Unidos dice trabajar a favor de la promoción de la democracia a través del mundo. Su posición es que el Congreso estadounidense puede subvencionar la NED y que la NED puede a su vez, de manera independiente, ayudar directa o indirectamente a asociaciones, partidos políticos o sindicatos en cualquier país del mundo. Al ser, como su nombre lo indica, no gubernamentales, las ONGs pueden emprender iniciativas políticas que las embajadas no pueden asumir sin violar la soberanía de los estados que las acogen. Esa es precisamente la cuestión. ¿La NED y la red de ONGs financiadas a través de ese órgano son acaso iniciativas de la sociedad civil injustamente reprimidas por el Kremlin o son en realidad pantallas de los servicios de inteligencia estadounidenses, sorprendidos en flagrante delito de injerencia?, se pregunta Meyssan y señala que para responder esa interrogante habría que remontarse al origen de la National Endowment for Democracy y escrutar su funcionamiento. Para ello debemos analizar, primero que todo, lo que significa el proyecto oficial estadounidense de exportación de la democracia.

Historia el analista que los puritanos que fundaron Estados Unidos querían construir una ciudad radiante que alumbraría el mundo. Se veían a sí mismos como misionarios de un modelo político. Pero ¿qué tipo de democracia? Como pueblo, los estadounidenses asumen la ideología de sus padres fundadores. Se ven a sí mismos como una colonia llegada de Europa para fundar una ciudad que obedece a Dios. Ven a su propio país como una luz encima de la montaña, según la expresión de San Mateo que la mayoría de los presidentes estadounidenses han retomado en sus discursos políticos a lo largo de dos siglos. Por lo tanto, Estados Unidos sería una nación modelo, que brilla en lo alto de una colina, iluminando el mundo. Y todos los demás pueblos de la Tierra deberían abrigar la esperanza de poder copiar ese modelo para alcanzar su propia salvación.

Para los estadounidenses, esa ingenua creencia implica ­como una verdad que no necesita demostración­ que su país es una democracia ejemplar y que ellos tienen el deber mesiánico de extenderla al resto del mundo. San Mateo predicaba que la propagación de la fe debía lograrse sólo mediante el ejemplo de una vida honesta, pero los padres fundadores de Estados Unidos veían el acto de encender su fuego y de propagarlo como un cambio de régimen. Los puritanos ingleses decapitaron a Carlos I de Inglaterra antes de huir hacia Holanda y América. Posteriormente, los patriotas del Nuevo Mundo rechazaron la autoridad del rey Jorge III de Inglaterra y proclamaron la independencia de los Estados Unidos. En consecuencia, sostiene Meyssan, como están imbuidos de esa mitología nacional, los estadounidense no ven la política exterior de su propio gobierno como un imperialismo. Consideran que derrocar un gobierno es perfectamente válido si ese gobierno ambiciona encarnar un modelo diferente del estadounidense, lo cual lo convierte en un gobierno maléfico.

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